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jueves, 3 de octubre de 2013

¿Documentar... en ficción?

Como sabéis, soy un gran enamorado de los procesos de documentación e investigación que preceden a la escritura de un libro, sea cual sea su género o su tema. Para mi constituye una de las fases más importantes, entretenidas y fascinantes; de hecho, no concibo la creación de una obra literaria sin haber dedicado una buena parte de tiempo y trabajo a investigar, contrastar datos y fuentes, etc. En pocas palabras, creo que sin ese interesante trabajo nuestra obra adolecería de consistencia y credibilidad nada más caer en manos de un lector con un mínimo de espíritu crítico. No obstante, mucha gente me ha hecho la misma pregunta en varias ocasiones: ¿es necesario documentarse para escribir una obra de ficción?
Para contestar a esta pregunta me remitiré y tomaré como ejemplo a la que considero, hasta ahora, mi opera prima, La Morada de los Ángeles. Quizá no logre transmitir del todo la idea que yo tengo sobre este tema, pues considero que no se puede resumir un tema tan vasto en una simple entrada en un blog pero, al menos, sí puedo dejar apuntadas algunas ideas al respecto.
Como sabéis los que la habéis leído, La Morada de los Ángeles es una obra de ficción que engloba en su contexto un determinado mensaje. Personajes ficticios, vidas ficticias y hechos ficticios. Sin embargo, tras cada una de las páginas de este libro se esconden literalmente cientos de horas dedicadas a la investigación. Mi idea, al escribirlo, era intentar acortar en lo posible la distancia existente entre el hecho cotidiano y las experiencias fuera de lo común que experimentan algunos de los personajes del libro; creo que logré mi objetivo bastante acertadamente, a juzgar por las críticas y las reseñas.
Pero no quería limitarme a inventar simplemente esas experiencias, a pesar de no ser hechos aceptados comúnmente por la ciencia; y para ello tuve que remitirme a episodios, vivencias y experiencias de personas anónimas que aseguran haberlos experimentado, y documentar todo eso. Puedo afirmar que, cuando menos, fue una experiencia tremendamente gratificante.
Recuerdo otro aspecto de la obra que me mantuvo en vilo durante casi dos semanas; no soy biólogo ni genetista, pero me vi obligado a imaginar lo que constituiría una "anomalía genética" que sufren determinados personajes del libro. Para ello tuve que ponerme bastante al día en determinadas materias que, en ocasiones, pensaba que me superaban por completo. Pero también lo logré. La trama así lo exigía y, con posterioridad y charlando con un biólogo amigo mío, me comentó que lo había conseguido con bastante buen acierto, a pesar de que lo que expongo en la obra sería técnicamente imposible; aunque, claro está, me dijo, "por eso se trata de una anomalía genética".
Otros procesos investigativos no fueron realmente tan complejos; tuve que empaparme bastante bien de cómo era o funcionaba por regla general la vida de personas dedicadas profesionalmente a tareas tan opuestas como la de un sacerdote, una inspectora del Cuerpo Nacional de Policía, un periodista o una bióloga especializada en botánica y medio ambiente. Y también tuve la oportunidad de aportar, por supuesto, mi pequeño grano de arena, al ofrecer una visión particular de cómo trabaja una especie de escritor-investigador-aventurero freelance, cosa que, por mucho que trates de dodumentar, siempre ofrece innumerables variantes en cuanto al modus operandi de cada cual; así que, ni corto ni perezoso, intenté reflejar mi particular modelo.
Pero, ¿qué logramos al incorporar en nuestra obra una buena dosis de documentación? Ante todo, pienso, estamos haciendo que nuestro relato, ficticio, acorte significativamente las distancias que indefectiblemente lo separan de la realidad, de lo cotidiano, de lo usual. Detalles absolutamente reales como la descripción y características de un arma de fuego, de un modelo policial o de cuanto pueda ser necesario para nuestra novela aportan un valor incalculable a nuestro relato.
Recuerdo que, cuando estaba confeccionando la obra, tuve que averiguar ciertos aspectos relacionados con las desapariciones de niños, que es uno de los ejes principales sobre los que gira la trama. Descubrí hechos absolutamente sobrecogedores; hechos reales, perfectamente documentados en algunos medios periodísticos y, de algún modo, me adentré un poco en los oscuros laberintos que conforman las prácticas habituales de determinados grupos que han hecho del tráfico de órganos un sucio negocio; y debo confesar que lo pasé francamente mal. También hubo áreas más agradecidas durante mi proceso de búsqueda; recuerdo con mucho cariño las largas y agradables horas que dediqué a mi búsqueda sobre algo, a priori, tan inconsistente como el resbaladizo mundo de los ángeles. Incluso estos datos, que conforman un área del conocimiento en la que cada cual es digno de creer o no creer, fueron documentados en base a documentos escritos e importantísimos libros considerados como sagrados.
Todos esos datos -y son tan sólo unos ejemplos de todo lo que tuve que buscar- salen reflejados después en el libro. Son verificables y contrastables, aunque a veces puedan difuminarse con la trama ficticia de la obra. A cada cual le toca discernir después hasta dónde llega esa estrecha división que separa la realidad de la ficción.
Aunque he tomado este ejemplo, por el cual siento especial predilección, os diré que también en Las Crónicas de Elan Croser tuve que documentar ciertos aspectos, a pesar de tratarse de una obra mucho más inmersa en la ficción que la primera; por ejemplo, me fue necesario empaparme de cómo son por regla general los castillos, qué partes los conforman y cómo se llaman dichas partes. También realicé algunas pesquisas sobre armamento antiguo y medieval y sobre algunos ritos mágicos empleados en algunas culturas... todo un galimatías.
En fin, espero que os pueda servir de ayuda esta breve disertación acerca de los procesos de investigación en la novela de ficción.

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