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viernes, 28 de febrero de 2014

Aviso para navegantes... independientes

Hoy hace exactamente un mes que hice mi primer pedido de libros a Createspace. Para los que no lo conozcáis, Createspace es una plataforma desde la que, como autores independientes, podemos editar nuestros libros para su posterior publicación en papel. No sé si pertenece al gigante Amazon o es una empresa del grupo, pero lo que sí es cierto es que ambas -Amazon y Createspace- trabajan codo a codo.
Hasta ahora mi experiencia con dicha plataforma ha sido satisfactoria; ofrece una buena interface, bastante intuitiva, a la hora de trabajar en la preparación y diseño de nuestras obras y posteriormente, al igual que en Amazon, podemos consultar cada vez que lo necesitemos nuestros reportes de ventas.
Hasta aquí ningún problema. Hay quienes opinan -y yo era uno de ellos- que resulta bastante complicado trabajar con Createspace. Sin embargo eso no es así; una vez, claro está, que te haces un poco con el modo de trabajo y las herramientas que se ponen a tu disposición.
Debo confesar, sin embargo, que yo estuve peleándome con Createspace más de una semana antes de poder publicar el primero de mis libros satisfactoriamente. Pero, repito, eso no es nada que se pueda achacar a la complejidad de esa plataforma, sino al hecho de que, como autores independientes, supongo que todos avanzamos del mismo modo, es decir, mediante el método prueba-ensayo-equivocación-rectificación-elimino lo malo-me quedo con lo bueno.
Y a eso iba.
Otro de los pormenores con el trabajo en Createspace es intentar averiguar -una vez tienes tus libros preparados- qué fórmulas de pedido te permiten utilizar.
Y vuelta a empezar...
Prueba, ensayo, equivocación, rectificación, elimino lo malo, me quedo con lo bueno... y vuelvo a cagarla para volver a empezar.
Ahora, transcurrido un mes justo desde mi pedido, y esperando mis libros como agua bendita caída del cielo, descubro que me queda... casi otro mes de espera. ¿Motivo?: Createspace ofrece TRES formas distintas de servir nuestros pedidos, como muestra el siguiente "pantallazo" que tomé directamente:
 
 
Simple, ¿verdad? Claro... pero cuando uno va preocupado por escribir, por continuar con la publicidad en las redes sociales, etc... en ocasiones no se fija en los detalles, hasta que el método por ensayo nos planta de bruces ante la cruda realidad: mi pedido, según esto, ¡va a tardar al menos 50 días!
Descorazonador.
Con la segunda opción, el pedido me tarda aproximadamente un mes, o un mes y pocos días. Y con la tercera... bueno, todo puede estar listo en poco más de una semana.
De los errores se aprende, desde luego. Pero a veces un poco tarde. ¿Y qué os puedo decir de todo esto? Pues que cuando hagáis vuestros pedidos de libros... sí, sí, ¡esos que tanta prisa nos corre en ocasiones!... vale más perder un par de minutos en leer ABSOLUTAMENTE TODO lo que pone en nuestra pantalla que irnos, directamente y sin más, a la opción más barata... porque al final es la que más cara nos sale.
En fin; casi puedo ver vuestras caras: ¡con lo claro que está! ¿Cómo no te has dado cuenta?
Os aseguro que puede pasarle a cualquiera.
Por fortuna, todos los libros que forman mi pedido los tengo ya vendidos... antes de que lleguen. Pero aún tendré que esperar otras tres interminables semanas.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que este "independiente" se ha convertido, de golpe, en un acérrimo defensor de la tercera modalidad de pago.
Un abrazo, y sirva ésta "cagada" del método de ensayo como aviso para navegantes... independientes.
 

jueves, 13 de febrero de 2014

Otro fragmento de EL LEGADO DE GLENN STURGEON. Debo confesar que disfruté muchísimo escribiéndolo, después de documentarme convenientemente acerca del protocolo.

Define bastante bien le mentalidad biohacker, que tiene un papel preponderante en la novela.

Espero que os guste:

"Sanders caminaba calle abajo, ensimismado en sus pensamientos, embutido en su cazadora de plástico de color azul marino rellena de plumón con las manos metidas en los bolsillos. Había recibido el aviso de que, por fin, su pedido se encontraba depositado en la Estafeta de Correos, hacia donde se dirigía en aquel momento. Su paso, firme y decidido, dejaba entrever cierto atisbo de impaciencia; y es que había tenido que esperar casi tres semanas, después de conseguir ahorrar las setenta libras necesarias para hacer su pedido, para recibir finalmente el ansiado paquete; ahora podría retomar nuevamente su trabajo. Una mueca de frio se convirtió paulatinamente en una sonrisa cuando recordó, mientras divisaba el edificio de correos al final de la calle, cómo obtuvo su primera extracción casera de una muestra de ADN celular siguiendo, uno a uno, los pasos que describía un protocolo que no le costó demasiado trabajo encontrar en la red. El primer paso consistía en romper, literalmente, las células, para poder desalojar su contenido molecular en una disolución tampón en la que se solubilizaba el ADN. A partir de ese instante, el referido tampón pasaba a encovar, además del propio ADN, toda una amalgama de residuos moleculares tales como proteínas, ARN y carbohidratos, además de otros componentes presentes a menor escala. Todo aquel proceso estaba fundado en el principio por el cual las cargas negativas del propio ADN atraen hacia sí a los iones salinos, haciendo posible su licuación y permitiendo, más tarde, su extracción de la célula. Después de esto, no había más que fragmentar las largas proteínas asociadas al ADN en cadenas de menor longitud y disgregarlas de éste. El último paso era, sencillamente, extraer el ADN de esa mezcla. Esto, así explicado, hacía pensar en un procedimiento bastante complejo; nada más alejado de la realidad. Todo el material necesario, excepto un único elemento que adquirió en la droguería, lo obtuvo de la cocina: agua mineral, bicarbonato sódico, un poco de sal de mesa, una cantidad irrisoria de champú o cualquier detergente líquido y la muestra vegetal a partir de la cual quería obtener el ADN. Lo único que le supuso una molestia fue tener que bajar a la droguería a comprar alcohol isoamílico; eso en cuanto a los reactivos. Después estaba el problema del material; ¡él no disponía de un moderno laboratorio químico en su casa...! ¿Problema? Ni muchísimo menos; puso al servicio de la Ciencia la nevera, la batidora, un vaso... y un colador. Lo único que tuvo que aportar él fue una varilla fina y un simple tubo de ensayo.
Las fases del procedimiento eran de lo más sencillo. En primer lugar, para confeccionar el tampón, sólo tenía que mezclar 120 ml de agua, 1'5 g de sal, 5 g de bicarbonato sódico y 5 ml de champú. Una vez hecho esto, lo introdujo en un recipiente y lo metió en la nevera. A continuación cogió la muestra vegetal a partir de la cual iba a extraer el ADN; se decantó por algo tan sofisticado como un sencillo tomate, que cortó con un cuchillo en pequeñas porciones. Vertió un poco de agua en la batidora y añadió los pequeños trozos de tomate, triturándolo a continuación. Con eso estaba haciendo que las células del vegetal se rompiesen; o, al menos, muchas de ellas. Algo más tarde, mezcló 10 ml del tampón, ya frío, con 5 ml del triturado en un recipiente limpio y lo agitó enérgicamente durante algo más de un par de minutos, colándolo a continuación para desechar los restos vegetales de mayor tamaño y conseguir, así, una mezcla bastante uniforme; si aún quedaban células que no se habían quebrado, ahora quedarían expuestas a la acción del champú. Después vertió en un tubo de ensayo 5 ml de aquel caldo y le añadió con cuidado 10 ml de alcohol isoamílico, al que previamente había hecho alcanzar la temperatura 0º C, el cual quedó flotando sobre el tampón. En cierto modo, aquella mezcla le recordaba a Sanders el resultado que se obtenía al hacer un café irlandés. A continuación tomó la varilla e introdujo uno de sus extremos en el tubo de ensayo, justo por debajo de la línea que separaba el tampón del alcohol, y la removió con cuidado hacia delante y hacia atrás durante aproximadamente un minuto... y se produjo el milagro: los fragmentos de mayor tamaño del preciado ADN se fueron enroscando en el extremo de la varilla que, al retirarla a través de la capa de alcohol, quedaron aglutinados en ella presentando la apariencia de un diminuto grumo, muy semejante en aspecto a un eventual copo de algodón empapado. ¡Eureka! Recordó emocionado aquel instante al tiempo que se disponía a entrar, ya, en la Estafeta de Correos; del mismo modo en que los antiguos alquimistas buscaban con denuedo la ansiada Piedra Filosofal, él mismo había obtenido, mediante un cuidadoso pero sencillo proceso su particular Elixir de la Vida. Claro que, se dijo, el resultado obtenido no era aún ADN en estado puro, pues todavía quedaban trazas o fragmentos de ARN en aquel producto de aspecto filamentoso. No obstante, el problema quedaba solucionado añadiendo enzimas que no harían otra cosa que disgregar las moléculas de ARN e impedir que éstas se agrupasen con el ADN. El resultado, sin embargo, no dejaba lugar a dudas... y el único y auténtico momento de riesgo que había corrido vino cuando su madre le dejó caer la pequeña reprimenda por no haber limpiado la batidora; después de todo, pensaba Sanders, lo único que había hecho era ennoblecer tan rudimentario artilugio elevándolo al rango de un precioso instrumento científico".